Columna de Eva Peribañez, responsable del área de arte y clientes privados de Hiscox.

Estos días Madrid se llenará de arte. Como cada año, la última semana de febrero el sector artístico pone su mirada en la capital española con motivo de la celebración de ARCO 2020. Una de las ferias de arte más relevantes a nivel mundial, a punto de cumplir 40 años, y que ha sido testigo de la evolución de un mercado con siglos de historia, en los que entre otras cosas ha tenido que convivir con el fraude y los robos.

Eva Peribañez, responsable del área de arte y clientes privados de Hiscox.

Museos, casas de subastas, galerías, marchantes, ferias, artistas, público, o coleccionistas, todos forman parte de este entramado artístico y también empresarial, especialmente lucrativo en algunos casos. Y donde hay grandes intereses económicos también hay criminales dispuestos a quedarse con un trozo del pastel, especialmente a partir del Renacimiento, cuando emergió el prestigio del artista gracias a la inversión de reyes y papas.  Desde entonces, el mercado ha debido protegerse ante criminales, ya fueran ladrones o falsificadores. 

La tecnología ha permitido la transformación del mercado empresarial mundial. Pocas actividades no la han integrado en su día a día. Y el arte no está entre ellas. Aunque la transformación digital de este mercado ha debido conjugarse con un poso tradicionalista en la manera de hacer las cosas, el mercado del arte online supera hoy los 4.000 millones de euros, según nuestro Hiscox Online Art Trade Report 2019. Y este es solo un dato. Las redes sociales tienen cada día más importancia en la promoción artística, el BigData permite un conocimiento detallado del mercado, la penetración de las criptomonedas es cada vez mayor, y crece el uso y desarrollo del blockchain para realizar un control y seguimiento de la titularidad de las obras de arte. Por otro lado, este mismo informe al que hacíamos referencia, afirmaba que los gerentes de las galerías online son conscientes de los riesgos cibernéticos: el 47% de ellos aseguraba estar preocupado por los ciberataques, y más del 25% afirmó haber sufrido algún incidente de esta naturaleza en los últimos 12 meses.    

John Constable fue un pintor inglés especialista en paisajes al aire libre a caballo entre el siglo XVIII y el siglo XIX. Un artista poco conocido para el gran público pero que hace apenas unas semanas fue noticia al ser protagonista involuntario de una ciberestafa de más de casi 3 millones de euros. ¿El método? El Museo Nacional de Twenthe (Países Bajos) tenía interés en adquirir uno de sus paisajes puesto en el mercado por la firma Simon C. Dickinson y cuyo propietario permanece en el anonimato. La negociación fue realizada entre responsables de la galería y el museo, a través, entre otros canales, de emails que estaban siendo monitorizados por cibercriminales. En el momento de la transacción estos criminales suplantaron la identidad del marchante y consiguieron que el pago se realizara a una cuenta en Hong Kong. Hoy ambas partes niegan su responsabilidad y están en litigios para que un juez decida quién fue el responsable y por tanto, a quién pertenece la obra tras ese pago.

A estas alturas a nadie se le escapa que la ciberseguridad es transversal a cualquier tipo de negocio, independientemente de la actividad y tamaño. ¿Cómo no iba entonces a ser un aspecto determinante en un sector donde es capital la protección de transacciones y los datos confidenciales como es el mercado del arte?

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