El increíble desarrollo del proceso de digitalización derivado de la pandemia de coronavirus y las medidas de contención del patógeno establecidas por las autoridades gubernamentales de casi todos los países del mundo han permitido que, aunque a un ritmo muy inferior y teniendo que hacer frente a innumerables retos y contratiempos, las actividades económicas, el comercio, la comunicación, y otros ámbitos esenciales en el día a día de las personas, puedan seguir adelante.
La tecnología nos ha permitido estar en contacto con nuestros familiares y amigos cuando no había otra forma de hacerlo. Ha hecho posible la adquisición de infinidad de productos cuando los establecimientos estaban cerrados. Nos han permitido seguir realizando transacciones y gestiones bancarias o de gestión (o de otras índoles) desde nuestras casas. Han ayudado a que podamos seguir disfrutando de determinados servicios, aunque fuera a distancia. Nos han entretenido, nos han ayudado a mantenernos en forma, nos han permitido trabajar desde casa… En definitiva, han hecho que, aunque de una forma inusual y extraña, muchos ámbitos de nuestra vida pudieran seguir en marcha.
Pero por supuesto, como con cualquier otra cosa, no todo han sido ventajas. El aumento de las transacciones electrónicas, de las gestiones por ordenador, de las comunicaciones en línea y, en general, de la actividad digital, ha hecho que aumente considerablemente el riesgo de sufrir ataques de ciber-delincuentes.
Junto con la preocupación por nuestra privacidad, hemos de ser conscientes que a medida que las actividades en línea ganan protagonismo en el comercio, en las comunicaciones y en otras esferas de la realidad, más se amplía el caladero de los piratas informáticos que, a través de diferentes técnicas, buscan abordar a los incautos, desinformados o aquellos poco previstos.
El aumento de crímenes digitales relacionados con estafas o prácticas como el phishing, no han hecho más que ir en aumento durante este periodo. Este último concepto, englobado bajo el paraguas general de las estafas digitales, está teniendo una incidencia cada vez mayor entre los usuarios de internet, especialmente los que no están bien protegidos o no conocen en qué se basan estas técnicas.
El phising pues, como decimos, es un tipo de estafa realizada a través de medios digitales por la cual el perpetrador o los perpetradores del crimen utilizan un conjunto de sistemas y técnicas para inducir a la persona que cae en sus redes al engaño. Para ello, se hacen pasar por una persona o entidad de confianza (a esto se le denomina “suplantación de identidad de tercero de confianza”) con el fin de manipular a la víctima para que realice una serie de acciones, descargas o transacciones que le situarán en una posición de vulnerabilidad. Los delincuentes solicitaran por estas vías cosas como información personal, datos bancarios o números de cuenta, pedirán a la víctima que haga clic en determinados enlaces o descargue algún tipo de aplicación o software, etc.
Los principales objetivos detrás de estos ataques son el robo de datos para utilizarlos de manera fraudulenta o extorsionar a sus dueños, instalar malware que permita tener acceso y controlar los ordenadores o los dispositivos informáticos de la víctima, sabotear sistemas o, directamente, robar dinero por medio de fraudes.
Para evitar esta y otras amenazas, conviene siempre estar prevenido de este tipo de prácticas, encriptar las comunicaciones, proteger nuestros sistemas a través de antivirus y otros sistemas de bloqueo de ataques, seguir las pautas de seguridad recomendadas y, sobre todo, ser muy cautos a la hora de abrir y seguir las indicaciones en mails y comunicaciones de procedencia dudosa o que soliciten datos personales u otras actuaciones como las mencionadas.