Todas las disciplinas tecnológicas, artísticas o científicas tienen sus pioneros. En el campo de la ciberseguridad también encontramos personajes que lograron abrirse camino en contextos complicados.

Muchos de ellos no alcanzaron la notoriedad que justamente les correspondería, nombres propios que quedaron a la sombra de otros inventores o descubridores que hoy son conocidos en todo el mundo. Es el momento de trasladarnos hasta el Londres de principios del siglo XIX, una ciudad y un periodo histórico determinado que siempre han hecho volar nuestra imaginación.

La narrativa londinense ha nutrido el subconsciente colectivo de una gran cantidad de personajes ilustres, como es el caso del oscuro Sweeney Todd, el arisco Ebenezer Scrooge o el popular Sherlock Holmes. El mítico detective, que ha aparecido en infinidad de soportes, dispone desde largometrajes centrados en su figura hasta una tragaperras online personalizada con su nombre y su inseparable pipa. Pero el caso que nos ocupa no guarda relación con un nombre de ficción, aunque su historia sea digna para crear una novela que case con la temática de nuestra web. 

Hacemos referencia a John Nevil Maskelyne (1863-1924), un ilusionista e inventor británico que es considerado como el primer hacker de la historia. Heredero de una magnífica saga de inventores y mentes brillantes, Maskelyne fue catapultado a la fama gracias a unos hechos que tuvieron lugar en 1903. A principios del siglo XX se experimentaba con el traspaso de información a través de las ondas electromagnéticas, un canal por el cual se conseguía enviar mensajes sin cables. El encargado de vehicular este descubrimiento con una finalidad práctica fue Guillermo Marconi (1874-1937). El nombre seguramente os sonará, ya que fue, por ejemplo, uno de los inventores de la radio. El uso del concepto «inventores» y no «inventor» no es casual, ya que fue un descubrimiento colectivo que Marconi ha conseguido apropiarse históricamente. No es un personaje exento de polémica ya que -entre otras peripecias- decidió abandonar su tierra natal, Italia, para abrirse camino en Londres.

En 1903 Marconi, quien años después ganaría el Premio Nobel de Física, quiso enviar la primera transmisión a larga distancia empleando un telégrafo inalámbrico. Para esta empresa contó con la colaboración de John Ambrose Fleming (1848-1945). El envío de información inalámbrica en morse ya se había experimentado con éxito, y es por eso por lo que el inventor italiano quería demostrar las virtudes de su sistema comunicativo. 

Marconi citó a la prensa y a todos los curiosos que quisieran ver cómo funcionaba su sistema. El punto de encuentro fue la sede de la Royal Institution of Great Britain en Londres, una organización creada en 1799 por los principales científicos de la época. El inventor italiano envió un mensaje que viajó a través de 480 kilómetros, con Poldhu (Cornwall) como origen y con la institución Real como destino. La información que recibió Fleming no era la esperada. Entre los mensajes transcritos solo se podían leer descalificaciones hacia Marconi, junto con palabras ofensivas repetidas de manera constante a través del lenguaje morse. ¿Cuál era la explicación a esta descalificación? Efectivamente, guarda relación con John Nevil Maskelyne.

El ilusionista británico también había experimentado con el envío de mensajes sin cables. No lo hacía con una finalidad científica, sino que lo empleaba en sus shows de magia. Maskelyne utilizaba el código morse para comunicarse con sus ayudantes en los espectáculos, simulando así que era capaz de leer la mente de los asistentes; un hecho que dejaba boquiabierto al respetable. En 1903, cuando se enteró de que Marconi haría una demostración pública, decidió instalar un repetidor de unos 50 metros para interceptar el mensaje e interferir en las comunicaciones.

Fleming, indignado y furioso ante esta brecha de seguridad, escribió un artículo en un diario inglés donde la acción era catalogada de «vandálica». Maskelyne respondió a las acusaciones justificando su acción. El mago inglés quería exponer los agujeros de seguridad de los que disponía el sistema de Marconi. Algunas informaciones apuntan a que una empresa de telegrafía que utilizaba cables para enviar mensajes financió el sabotaje. Una teoría que aún no se ha podido esclarecer. Pero teniendo en cuenta que el material empleado era bastante precario -solo se utilizó una antena para interferir en las comunicaciones-, parece poco probable. 

Lo que sí es seguro es que Maskelyne quedó catalogado como el primer hacker del que tenemos referencia. Un concepto que en ese contexto era embrionario, pero que con el tiempo se ha convertido en un neologismo muy popular, incluyéndose dentro de la cultura popular y dando nombres a series y películas como es el caso de Hacker’s Game. Un hito histórico que -como tantos otros- puso los cimientos del desarrollo de la ciberseguridad. 

 

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